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José Ingenieros

dicatrix naturae que corrige el abellacamiento de las naciones: la formación intermitente de sucesivas aristocracias del mérito.

El privilegio vuelve á las manos mejores. Se respeta su legitimidad, se enaltecen esas raras cualidades individuales que implican la orientación original hacia ideales nuevos y fecundos. Todo renacimiento se anuncia por el respeto de las diferencias, por su culto. La mediocridad calla, impotente; su hostilidad tórnase feble, aunque innúmera. Si tuviera voz rebajaría el mérito mismo, otorgándolo á ras de tierra. De lo útil á todos, no saben decidir los más: nunca fué el rutinario juez del idealista, ni el ignorante del sabio, ni el honesto del virtuoso, ni el servil del digno. Toda excelencia encuentra su juez en sí misma. El mérito de cada uno se aquilata en la opinión de sus iguales.

Hay aristocracia natural cuando el esfuerzo de las mentes más aptas converge á guiar los comunes destinos de la nación. No es prerrogativa de los ingenios más agudos, como querrían algunos, en cuyo oído resuena como un eco esa «aristocracia intelectual» que fué la quimera de Renán. En la aristocracia del mérito corresponde tanta parte á la virtud y al carácter como á la inteligencia; de otro modo sería incompleta y su esfuerzo ineficaz.

Un régimen donde el mérito individual fuese estimado por sobre todas las cosas, sería perfecto. Excluiría la influencia de toda mediocridad numé-