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José Ingenieros

en favor de la intriga. Un soberano cuantitativo y sin ideales prefiere candidatos que tengan su misma complexión moral: por simpatía y por conveniencia.

Las más abstrusas fórmulas de la química orgánica parecen balbuceos infantiles frente á las vueltacaras del parlamentario mediocre. El desprecio de los hombres probos no le amedrenta jamás. Confía en el rebaño amorfo: el bajo nivel del representante halaga la insensatez del representado. Por eso los inservibles se adaptan maravillosamente á los desiderata del sufragio universal; la grey se prosterna ante los fetiches más huecos y los rellena con su complicada tontería.

Los cómplices, grandes ó pequeños, aspiran á convertirse en funcionarios. La burocracia es una masonería de voracidades en acecho. Desde que se inventaron los «Derechos del Hombre» todo imbécil los sabe de memoria; un elector considérase apto para cualquier destino en el vastísimo engranaje burocrático, suponiendo que la igualdad ante la ley implica una equivalencia de aptitudes. Ese afán de vivir á expensas del Estado rebaja la dignidad, enseñando que el mérito es inútil frente á la influencia. Cada demócrata que cruza las calles de prisa, preocupado, á pie, en automóvil, de blusa, enguantado, joven, maduro, á cualquier hora, podéis asegurar que está domesticándose, envileciéndose: busca una recomendación ó la lleva en su faltriquera.

El funcionarismo crece con la democracia. Otro