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José Ingenieros

En esas épocas de lenocinio la autoridad es fácil de ejercitar: las cortes se pueblan de serviles, apandillados por batos enflautadores. Mesnadas de retóricos parlotean pane lucrando: aspirantes á algún bajalato y pulchinelas de perilustres barrizales, en cuyas conciencias está siempre colgado el albarán ignominioso. Las mediocracias apuntálanse en los apetitos de los que ansían vivir de ellas y en el miedo de los que temen perder la pitanza. La indignidad civil es ley en esos climas. Todo hombre declina su personalidad al convertirse en funcionario: no lleva visible la cadena al pie, como el esclavo, pero la arrastra ocultamente, amarrada en su intestino. Ciudadanos de una patria son los capaces de vivir por su esfuerzo, sin la cebada oficial. Cuando todo se sacrifica á ésta, sobreponiendo los apetitos á las aspiraciones, el sentido moral se degrada y la decadencia se aproxima. En vano se buscan remedios en la glorificación del pasado. De ese atafagamiento los pueblos no despiertan loando lo que fué, sino sembrando el porvenir y reconstituyendo el culto del mérito.

Los países son expresiones geográficas y los estados son equilibrios de instituciones. Una patria es mucho más y es otra cosa: sincronismo de espíritus y de corazones, temple uniforme para el esfuerzo, homogénea disposición para el sacrificio, simultaneidad en la aspiración de la grandeza y en el deseo de la gloria. Donde falta esa comunidad de esperanzas no hay patria, no puede haberla: hay que tener ensueños comunes, desear jun