Página:El hombre mediocre (1913).pdf/243

Esta página no ha sido corregida
241
El hombre mediocre

infamia y de virtud. Roque gobernando la ínsula: equidistante de Nerón y de Marco Aurelio.

Una apatía conservadora caracteriza á esos períodos; entíbiase la ansiedad de las cosas elevadas, prosperando á su contra el afán de los suntuosos formulismos. Los gobernantes que no piensan parecen prudentes; los que nada hacen titúlanse reposados; los que no roban resultan alhajas. El concepto del mérito se torna negativo: las sombras son preferibles á los hombres. Se busca lo originariamente mediocre ó lo mediocrizado por la senilidad. En vez de héroes, genios ó santos, anúncianse los apacibles administradores, milagrosos arquetipos de la mediocridad reinante, como aquel Popeo Sabino par negotiis neque supra. Pero el estadista, el filósofo, el poeta, los que realizan, predican y anuncian alguna parte de un ideal, están ausentes. Nada tienen que hacer.

La tiranía del clima es absoluta: nivelarse ó sucumbir. La regla conoce pocas excepciones en la historia. Las mediocracias negaron siempre las virtudes, las bellezas, las grandezas, dieron el veneno á Sócrates, el leño á Cristo, el puñal á César, el destierro á Dante, la cárcel á Bacon, el fuego á Bruno; y mientras escarnecían á esos hombres ejemplares, aplastándolos con su saña ó armando contra ellos algún brazo enloquecido, ofrecían su servidumbre á pomposos pavoreales ó ponían su hombro para sostener las más torpes tiranías. Á un precio: que éstas garantizaran á las clases hartas la tranquilidad necesaria para usufructuar sus riquezas.