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José Ingenieros

bra á sus lacayos ó á sus sicarios. Hay que evitar esa palabra; de muchos criticastros sólo tenemos noticia porque algún genio los honró con su desprecio.


IV.—Una escena dantesca: su castigo.

El castigo de los envidiosos estaría en cubrirlos de favores, para hacerles sentir que su envidia es recibida como un homenaje y no como un estiletazo; los bienes que el envidioso recibe constituyen su más desesperante humillación. Si no es posible agasajarle, es necesario ignorarle; tomar cuenta de su infamia sería hacerle favor.

El envidioso es la primera víctima de su propio veneno; la envidia le devora como el cáncer á la víscera, le ahoga como la hiedra á la encina. Por eso el Poussin, en una tela admirable, pintó á este monstruo mordiéndose los brazos y sacudiendo la cabellera de serpientes que le amenazan sin cesar.

Dante consideró á los envidiosos indignos del infierno. En la sabia distribución de penas y castigos los recluyó en el purgatorio, lo que se aviene á su condición mediocre.

Yacen acoquinados en un círculo de piedra cenicienta, sentados junto á un paredón lívido como sus caras llorosas, cubiertos por cilicios, formando un panorama de cementerio viviente. El sol les niega su luz: tienen los ojos cosidos con alambres, porque nunca pudieron ver el bien del prójimo.