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José Ingenieros

tres ideas fuera del hilo que la rutina le enhebra; su oronda ignorancia le obliga á confundir el mármol con la chiscarra y la voz con el falsete, inclinándole á suponer que todo escritor original es un heresiarca. Los intelectos mediocres darían lo que no tienen por saber escribir tanto como baste para afiliarse á la crítica. Es el sueño de los que no pueden crear. Permite una maledicencia medrosa y que no compromete, hecha de mendacidad prudente, restringiendo las perversidades para que resulten más agudas, sacando aquí una migaja y dando allí un arañazo, velando todo lo que puede ser objeto de admiración, rebajando siempre con la oculta esperanza de que puedan aparecer á un mismo nivel los críticos y los criticados. El escritor original sabe que atormenta á los mediocres, aguzándoles ese instinto que los torna heliófobos ante el brillo ajeno; esa desesperación de los fracasados es el laurel que mejor premia su luminosa inquietud. Á la gloria de un Homero llega siempre apareada la ridiculez de un Zoilo.

En cada género de actividad intelectual fermentan estos seculares verdugos de la originalidad: no perdonan al que incuba en su cerebro esa larva sediciosa. Viven para mancillarlo, sueñan su exterminio, conspiran con una intemperancia de terroristas y esgrimen sórdidas armas que harían sonrojar á un paquidermo. Ven un peligro en cada astro y una amenaza en cada gesto; tiemblan pensando que existen hombres originales é indisciplinados, capaces de subvertir rutinas y prejuicios, de