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El hombre mediocre

afiebrados por algún ideal son adversarios de la mediocridad: soñadores contra los utilitarios, entusiastas contra los apáticos, pasionales contra los calculistas, indisciplinados contra los dogmáticos. Son alguien ó algo contra los que no son nadie ni nada. Todo idealista es un hombre cualitativo: posee un sentido de las diferencias que le permite distinguir entre lo malo que observa y lo mejor que imagina. Los hombres mediocres son cuantitativos: pueden apreciar el más y el menos, pero nunca distinguen lo mejor de lo peor.

Sin idealistas sería inconcebible la evolución de la humanidad. El culto del «hombre práctico», ceñido á las contingencias del presente, importa un renunciamiento á toda perfección. El hábito organiza la rutina y nada crea hacia el porvenir; los imaginativos dan á la ciencia sus hipótesis, al arte su vuelo, á la moral sus ejemplos, á la historia sus páginas luminosas. Son la parte viva y dinámica de la humanidad; los prácticos no han hecho más que aprovechar de su esfuerzo, vegetando en la sombra. Todo porvenir ha sido una creación de los hombres capaces de presentirlo, concretándolo en infinita sucesión de ideales. Más ha hecho la imaginación construyendo sin tregua, que el cálculo destruyendo sin descanso. La excesiva prudencia de los mediocres ha paralizado siempre las iniciativas más fecundas. Y no quiere esto decir que la imaginación excluya la experiencia: ésta es útil, pero sin aquélla es estéril. Los idealistas aspiran á conjugar en su mente la inspiración y la