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José Ingenieros

es una desmedida presunción y busca alargar la sombra. Catecismos y diccionarios han colaborado á la mediocrización moral, subvirtiendo los términos que designan lo eximio y lo vulgar. Donde los padres de la Iglesia decían superbia, como los antiguos, fustigándola, tradujeron los zascandiles orgullo, confundiendo sentimientos distintos. De allí el equivocar la vanidad con la dignidad, que es su antítesis, y el intento de tasar á igual precio los hombres y las sombras, con desmedro de los primeros.

En su forma embrionaria revélase el amor propio como deseo de elogios y temor de censuras: una exagerada sensibilidad á la opinión de los demás. En los caracteres mediocres, conformados á las rutinas y los prejuicios corrientes, el deseo de brillar en su medio y el juicio que sugieren al pequeño grupo que les rodea, son estímulos para la acción. La simple circunstancia de vivir arrebañados predispone á perseguir la aquiescencia ajena; la estima propia es favorecida por el contraste ó la comparación con los demás. Trátase hasta aquí de un sentimiento normal.

Pero los caminos divergen. En los dignos el propio juicio antepónese á la aprobación ajena; en los mediocres se postergan los méritos y se cultiva la sombra. Los primeros viven para sí; los segundos vegetan para los otros. Aquéllos pueden alentar un Ideal y soñar una perfección; éstos se acomodan á lo que favorezca el éxito. Si el hombre no viviera en mesnadas, el amor propio sería digni