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José Ingenieros

jarán la rienda. Aunque ya no hay servidumbre legal, muchos sujetos, libres de la domesticidad forzosa, se avienen á ella voluntariamente, por vocación implícita en su flaqueza. Están mancillados desde la cuna; aun no habiendo menester de beneficios, son instintivamente serviles. Los hay en todas las clases sociales. El precio de su indignidad varía con el rango y se traduce en formas tan diversas como las personas que la ejercitan.

Alentando á Gil Blas, rebájase el nivel moral de los pueblos y de las razas; no es tolerancia estimular el abellacamiento. La cotización del mérito decae. La mansedumbre silenciosa es preferida á la dignidad altiva. La piel se cubre de más afeites cuando es menos sólida la columna vertebral; las buenas maneras son más apreciadas que las buenas acciones. Si el de Santillana se enguanta para robar, merece la admiración de todos; si Stockmann se desnuda para salvar á un náufrago, lo condenan por escándalo. En los pueblos domesticados llega un momento en que la virtud es un ultraje á las costumbres...

Las sombras, cubiertas de moho igualitario, viven con el anhelo de castrar á los caracteres firmes y decapitar á los pensadores alados, no perdonándoles el lujo de ser viriles ó tener cerebro. La falta de virilidad es elogiada como un refinamiento, lo mismo que en los caballos de paseo. La ignorancia parece una coquetería, como la duda elegante que inquieta á ciertos fanáticos sin ideales. Los méritos conviértense en contraban