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José Ingenieros

harían el propósito de volver al buen sendero y enmendarse. Para las sombras no hay rehabilitación; prefieren excusar las desviaciones leves, sin advertir que ellas preparan las hondas. Todos los hombres conocen esas pequeñas flaquezas, que de otro modo fueran perfectos desde su origen; pero mientras en los caracteres firmes pasan como un roce que no deja rastro, en los mediocres aran un surco por donde se facilita la recidiva. Ésa es la vía del envilecimiento. Los virtuosos la ignoran; los honestos se dejan tentar. Como á Gil Blas, sólo les cuesta la primera caída; después siguen cayendo como el agua en las cascadas, á saltitos, de pequeñez en pequeñez, de flaqueza en flaqueza, de curiosidad en curiosidad. Los remordimientos de la primera culpa ceden á la necesidad de ocultarla con otras; los espíritus mediocres no se amedrentan. Su carácter se disocia y ellos se tuercen, andan á ciegas, tropiezan, dan barquinazos, adoptan expedientes, disfrazan sus intenciones, acceden por senderos tortuosos, buscan cómplices diestros para avanzar en la tiniebla. Después de los primeros tanteos se marcha de prisa, hasta que las raíces mismas de su moral se aniquilan, borrándose toda creencia y empañándose la dignidad. Así resbalan por la pendiente, aumentando la cohorte de lacayos y parásitos: centenares de Gil Blas carcomen las bases de la sociedad que ha pretendido modelarlos á su imagen y semejanza.

Los hombres sin ideales son incapaces de resis