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El hombre mediocre

una ignominia desagradable ó un envilecimiento infame, bajo la esclavitud de yugos y de horarios, ejecutado por hambre ó por avaricia, hasta que el hombre huye de él como de un castigo: sólo podrá amarlo cuando sea una gimnasia espontánea de sus gustos y de sus aptitudes. Así la sociedad completa su obra; los que no naufragan por la educación malsana escollan en el trabajo embrutecedor. En la compleja actividad moderna toléranse las voluntades claudicantes: sus incongruencias quedan veladas mientras sus actos se refieren á los vulgares automatismos de la vida diaria; pero cuando una circunstancia nueva los obliga á buscar una solución, la personalidad se agita al azar y revela sus vicios intrínsecos.

Esos degenerados son indomesticables.

Los mediocres, como Gil Blas, carecen de contralor sobre su propia conducta y olvidan que la más leve caída puede ser el paso inicial hacia una degradación completa. Ignoran que cada esfuerzo de dignidad consolida nuestra firmeza: cuanto más peligrosa es la verdad que hoy decimos, tanto más fácil será mañana pronunciar otras á voz en cuello. En las mediocracias todo conspira contra las virtudes civiles: los hombres se corrompen los unos á los otros, se imitan en lo intérlope, se estimulan en lo turbio, se justifican recíprocamente. Una atmósfera tibia entorpece al que cede por vez primera á la tentación de lo injusto; las consecuencias de la primera falta pueden ir hasta lo infinito. Los mediocres no pueden evitarla; en vano