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José Ingenieros

diocres buscan naturalmente su bajo nivel: se domestican.

En ciertos sujetos, sin carácter desde el cáliz materno hasta la tumba, la conducta no puede seguir normas constantes. Son peligrosos porque su ayer no dice nada sobre su mañana; obran á merced de impulsos accidentales, siempre aleatorios. Si poseen algunos elementos válidos, ellos están dispersos, incapaces de síntesis; la menor sacudida pone á flote sus atavismos de salvaje y de primitivo, depositados en los surcos más profundos de su personalidad. Sus imitaciones son frágiles y poco arraigadas. Por eso son antisociales, incapaces de elevarse á la honesta condición de animales de rebaño.

Á otros desgraciados, sin irreparables lagunas del temperamento, la sociedad les mezquina su educación domesticadora. Las grandes ciudades pululan de niños moralmente desamparados, presa de la miseria, sin hogar, sin escuela. Viven tanteando el vicio y cosechando la corrupción, sin el hábito de la mediocre honestidad y sin el ejemplo luminoso de la virtud. Embotada su inteligencia y coartadas sus mejores inclinaciones, tienen la voluntad errante, incapaz de sobreponerse á las convergencias fatales que pugnan por hundirlos. Y si pasan su infancia sin rodar á la charca, tropiezan después con nuevos obstáculos.

El trabajo, creando el hábito del esfuerzo, sería la mejor escuela del carácter; pero la sociedad enseña á odiarlo, imponiéndolo precozmente, como