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José Ingenieros

za. De ellos, solamente de ellos, suelen ocuparse la historia y el arte, interpretándolos como arquetipos de la Humanidad.

El hombre que piensa con su propia cabeza y la sombra que refleja los pensamientos de su rebaño, parecen pertenecer á mundos distintos. Hombres y sombras: difieren como el cristal y la arcilla.

El cristal tiene una forma preestablecida en su propia composición química; cristaliza en ella ó no, según los casos; pero nunca tomará otra forma que la propia. Al verlo sabemos lo que es, inconfundiblemente. De igual manera el hombre superior es siempre uno, en sí, aparte de los demás. Si el clima social le es propicio conviértese en núcleo de energías sociales, proyectando sobre el medio sus características propias, á la manera del cristal que en una solución saturada provoca nuevas cristalizaciones semejantes á sí mismo, creando formas de su propio sistema geométrico. La arcilla, en cambio, carece de forma propia y toma la que le imprimen las circunstancias exteriores, los seres que la presionan ó las cosas que la rodean; conserva el rastro de todos los surcos y el hoyo de todos los dedos, como la cera, como la masilla; será cúbica, esférica ó piramidal, según la modelen. Así los caracteres mediocres: sensibles á las coerciones del medio en que viven, incapaces de servir una fe ó una pasión.

Las creencias son el esqueleto del carácter; el hombre que las posee firmes y elevadas, lo tiene excelente. Las sombras no creen. La personali