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José Ingenieros

virtudes intelectuales: la santidad está en la sabiduría.

Los ideales éticos no son exclusivos del sentimiento religioso; no lo es la virtud; ni la santidad. Sobre cada sentimiento pueden ellos florecer. Cada época tiene sus ideales, sus virtuosos y sus santos: héroes, apóstoles ó sabios.

Las naciones llegadas á cierto nivel de cultura santifican en sus grandes pensadores á los portaluces y heraldos de su grandeza espiritual. Si el ejemplo supremo para los que combaten lo dan los héroes y para los que creen los apóstoles, para los que piensan lo dan los filósofos. En la moral de las sociedades que se forman, culminan Alejandro, César ó Napoleón; y cuando se renuevan, Sócrates, Cristo ó Bruno; pero llega un momento en que los santos se llaman Aristóteles, Bacon y Goethe. La santidad varía á compás del ideal.

Los espíritus cultos conciben la santidad en los pensadores, tan luminosa como en los héroes y en los apóstoles; en las sociedades modernas el «santo» es un anticipado visionario de teorías ó profeta de hechos, que la posteridad confirma, aplica ó realiza. Se comprende que, á sus horas, haya santidad en servir á un ideal en los campos de batalla ó desafiando la hipocresía, como en los supremos protagonistas de una Iliada ó de un Evangelio; pero se afirma que también es santo, de otros ideales, el poeta, el sabio ó el filósofo que viven eternos en su Divina Comedia, en su Novum Organum ó en su Origen de las Especies. Si es