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El hombre mediocre

grados de fe con que se acentúan determinados ideales y aspiraciones. Una humanidad que evoluciona no puede tener ideales inmutables, sino incesantemente perfectibles, cuyo poder de transformación sea infinito como la vida. La virtud del pasado no es la virtud del presente; los santos de mañana no serán los mismos de ayer. Cada momento del equilibrio entre los hombres y la naturaleza requiere cierta forma de santidad que sería estéril si no fuera oportuna, pues las virtudes se van plasmando en las variaciones de la vida social.

En el amanecer de los pueblos, cuando los hombres viven luchando á brazo partido con la naturaleza avara, es indispensable ser fuertes y valientes para ejercer la hegemonía ó asegurar la libertad del grupo; entonces la cualidad suprema es la excelencia física y la virtud del coraje se transforma en culto de héroes, equiparados á los dioses. La santidad está en el heroísmo.

En las grandes crisis de renovación moral, cuando la apatía ó la decadencia amenazan disolver un pueblo ó una raza, la virtud excelente entre todas es la integridad del carácter, que permite vivir ó morir por un ideal fecundo para el común engrandecimiento. La santidad está en el apostolado.

En las plenas civilizaciones más sirve á la humanidad el que descubre una nueva ley de la naturaleza, ó enseña á dominar alguna de sus fuerzas, que quien culmina por su temperamento de héroe ó de apóstol. Por eso el prestigio rodea á las