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El hombre mediocre

honesto». (De Offic., II, 9.) Verdad es que el tiempo perdona sus vicios á los genios y á los héroes, capaces de exceder con el bien que hacen al mal que no dejaron de hacer; pero ellos son excepciones raras y en vida habría que medirlos con el criterio de la posteridad: la transcendente magnitud de su obra.

Esas nociones suprimen algunos problemas inocentes, como el de fallar si son preferibles los que crean, inventan y perfeccionan en las ciencias y en las artes, ó los que poseen un admirable conjunto de energías morales que impulsa á jugar el porvenir y la vida en defensa de la dignidad y la justicia. Entre los talentos intelectuales y los talentos morales, estos últimos suelen ser preferidos con razón, conceptuándolos más necesarios. «El talento superior es el talento moral», ha escrito Smiles, glosando al inagotable M. de la Palisse. De ese parangón está excluido, a priori, el hombre mediocre, pues sólo tiene rutinas en el cerebro y prejuicios en el corazón.

La apoteosis del tonto bueno encamínase, evidentemente, á protestar, como lo hacía Cicerón, contra los que pretenden consentir al ingenio un absurdo derecho á la inmoralidad. El sistema es equívoco; igualmente injusto sería desacreditar á los santos más ejemplares fundándose en que existen simuladores de la virtud.

Es capcioso oponer el ingenio y la moral, como términos inconciliables. ¿Sólo podría ser virtuoso el rutinario ó el imbécil? ¿Sólo podría ser ingenio