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El hombre mediocre

sos; su prédica es plausible, siempre que enseñe á evitar la cobardía: su peligro. Hay excesos de bondad que no podrían distinguirse del envilecimiento; hay falta de justicia en la moral del perdón sistemático. Está bien perdonar una vez y sería inicuo no perdonar ninguna; pero el que perdona dos veces se hace cómplice de los malvados. No sabemos qué hubiera hecho Cristo si le hubiesen abofeteado la segunda mejilla que ofreció al que le afrentaba la primera: los evangelistas no osaron plantearse este problema.

Enseñemos á perdonar; pero enseñemos también á no ofender. Será más eficiente. Enseñémoslo con el ejemplo, no ofendiendo. Admitamos que la primera vez se ofende por ignorancia; pero creemos que la segunda suele ser por maldad. El mal no se corrige con la complacencia ó la complicidad; es nocivo como los venenos y debe oponérsele antídotos eficaces: la reprobación y el desprecio.

Los pequeños virtuosos prefieren la práctica del bien á su prédica. Mientras los hipócritas recetan la austeridad, reservando la indulgencia para sí mismos, ellos evitan los sermones y enaltecen su propia conducta. Para los demás encuentran una disculpa, en la debilidad humana ó en la tentación del medio: «tout comprendre c'est tout pardonner»; sólo son severos consigo mismos. Nunca olvidan sus propias culpas y errores; y si no olvidan las ajenas, tampoco se preocupan de atormentarlas con su odio, pues saben que el tiempo las cas