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José Ingenieros

mentes, sin necesidad de independencia, sin irradiación de su personalidad; es inconcebible, en cambio, en las naturalezas idealistas y fuertes, capaces de pasiones vivas, bastante intelectuales para no dejarse engañar por la mentira de los demás. Aquéllos no sienten la coacción moral del rebaño, pues la hipocresía es su clima propicio; éstos sufren, luchando entre sus inclinaciones y el falso concepto del deber impuesto por la sociedad. La mediocridad moral á que se ajustan los hombres honestos, nunca esclaviza al hombre moralmente superior. «Puede acordársele—dice Remy de Gourmont—el valor de una moda á la que uno se resigna para no llamar la atención, pero sin interesar el ser íntimo y sin hacerle ningún sacrificio profundo». En esa disconformidad con la hipocresía colectivamente organizada consiste la virtud, que es individual, á la contra de la caridad y la beneficencia mundanas, simples caricaturas colectivas, donde la miseria de los corazones tristes alimenta la vanidad de los cerebros vacíos.

Los temperamentos capaces de virtud difieren por su intensidad. El primer germen de perfección moral se manifiesta en una decidida preferencia por el bien: haciéndolo, enseñándolo, admirándolo. La bondad es el primer esfuerzo hacia la virtud: el hombre bueno, esquivo á las hipócritas condescendencias permitidas por la honestidad, lleva en sí una partícula de santidad. El «buenismo» es la moral de los pequeños virtuo