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El hombre mediocre

Hemos distinguido al deshonesto del mediocre, que se enorgullece de ser honesto frente á aquél. Insistamos en que la honestidad no es la virtud; él se esfuerza por confundirlas, sabiendo que la segunda le es inaccesible. La virtud es otra cosa. Es activa; excede infinitamente en variedad, en originalidad, en coraje, á la práctica rutinaria de esos prejuicios morales que libran al mediocre de la infamia ó de la cárcel.

Ser honesto implica someterse á las convenciones corrientes: sírvele de maestra la hipocresía. Ser virtuoso significa á menudo ir contra ellas, exponiéndose á que los honestos consideren enemigo de toda moral al que lo es solamente de sus prejuicios. Si el sereno ateniense hubiera adulado á sus conciudadanos, la historia helénica no estaría manchada por su condena y el sabio no habría bebido la cicuta; pero no sería Sócrates. Su virtud consistió en resistir los prejuicios de los demás. Si viviéramos entre dignos y santos, la opinión ajena podría evitarnos tropiezos y caídas; pero es cobardía, viviendo entre mediocres, rebajarse al común nivel por miedo de atraerse sus iras. Hacer como todos, puede implicar hacer lo indigno; el progreso moral tiene como condición adelantarse á su tiempo, como cualquier otro progreso.

Si existiera una moral eterna—y no tantas morales cuantos son los pueblos—podría tomarse en serio la leyenda bíblica del árbol cargado de frutos del bien y del mal. Sólo tendríamos dos tipos de hombres: el bueno y el malo, el honesto y el