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José Ingenieros

caracteres dignos florecen en un perpetuo olvido de su ayer y de su mañana, pensando en cosas nobles, los hipócritas se repliegan sobre sí mismos, sin darse, sin gastarse, retrayéndose, atrofiándose. Su falta de intimidades les impide toda expansión; viven obsesionados por el temor de que su mediocridad moral asome á la superficie. Saben que bastaría una leve brisa para descorrer el velo que los enmascara de virtud. No pudiendo confiar en nadie, los hipócritas viven cegando las fuentes de su propio corazón: no sienten la raza, la patria, la clase, la familia ni la amistad. Ajenos á todo y á todos, pierden el sentimiento de la solidaridad social, hasta caer en sórdidas caricaturas del egoísmo. El hipócrita mide su generosidad por las ventajas que de ella obtiene; concibe la beneficencia como una industria lucrativa para su reputación. Antes de dar, investiga si tendrá notoriedad su donativo; figura en primera línea en todas las suscripciones públicas, pero no abriría su mano en la sombra. Invierte su dinero en un bazar de caridad como si comprara acciones de una empresa; eso no le impide ejercer la usura en privado ó sacar provecho del hambre ajena.

Su indiferencia al mal del prójimo puede arrastrarle á complicidades indignas. Para satisfacer alguno de sus apetitos no vacilará ante las más grises intrigas, sin preocuparse de que ellas tengan consecuencias imprevistas. Una palabra del hipócrita basta para enemistar á dos amigos ó para distanciar á dos amantes. Sus armas son poderosas