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El hombre mediocre

tiva. La exageración de las formas religiosas suele coincidir con la aniquilación de todos los idealismos en las naciones y en las razas; la historia marca esa intersección en la decadencia de las castas gobernantes, y dice que el tartufismo apuntala siempre la degeneración moral de las mediocracias. En esas horas de crisis, la fe agoniza en el fanatismo decrépito y alienta formidablemente en los ideales que renacen frente á él, inquietos, irrespetuosos, demoledores, aunque predestinados con frecuencia á caer en nuevos fanatismos y á oponerse á los ideales venideros.

El hipócrita está constreñido á guardar las apariencias, con tanto afán como pone el virtuoso en cuidar sus ideales. Conoce de memoria los pasajes pertinentes del Sartor Resartus; por ellos admira á Carlyle, tanto como otros por su culto á Los héroes. El respeto de las formas hace que los hipócritas de cada época y país adquieran rasgos comunes; hay una «manera» peculiar que trasunta el tartufismo en todos sus adeptos, como hay «algo» que denuncia el parentesco entre los afiliados á una tendencia artística ó escuela literaria. Ese estigma común á los hipócritas, que permite reconocerlos no obstante los matices individuales impuestos por el rango ó la fortuna, es su profunda animadversión á la verdad.

La hipocresía es más honda que la mentira: ésta puede ser accidental, aquélla es permanente. El hipócrita transforma su vida entera en una mentira metódicamente organizada. Hace lo contrario