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El hombre mediocre
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89 irrespetuosos, demoledores, aunque predestinados con fre cuencia a caer en nuevos fanatismos y a oponerse a ideales venideros.

El hipócrita está constreñido a guardar las apariencias, con tanto afán como pone el virtuoso en cuidar sus ideales.

Conoce de memoria los pasajes pertinentes del Sartor Resartus; por ellos admira a Carlyle, tanto como otros por su culto a Los héroes. El respeto de las formas hace que los hipócritas de cada época y país adquieran rasgos comunes; hay una "manera" peculiar que trasunta el tartufismo en todos sus adeptos, como hay "algo" que denuncia el parentesco entre los afiliados a una tendencia artística o escuela literaria. Ese estigma común a los hipócritas, que permiten reconocerlos no obstante los matices individuales impuestos por el rango o la fortuna, es su profunda animadversión a la verdad.

La hipocresía es más honda que la mentira: ésta puede ser accidental, aquélla es permanente. El hipócrita transforma su vida entera en una mentira metódicamente organizada. Hace lo contrario de lo que dice, toda vez que ello le reporte un beneficio inmediato; vive traicionando con sus palabras, como esos poetas que disfrazan con largas trenchas la cortedad de su inspiración. El hábito de la mentira paraliza los labios del hipócrita cuando llega la hora de pronunciar una verdad.

Así como la pereza es la clave de la rutina y la avidez el móvil del servilismo, la mentira es el prodigioso instrumento de la hipocresía. Nunca ha escuchado la Humanidad palabras más nobles que algunas de Tartufo; pero jamás un hombre ha producido acciones más disconformes con ellas. Sea cual fuere su rango social, en la privanza o en la proscripción, en la opulencia o en la miseria, el hipócrita está siempre dispuesto a adular a los poderosos y a engañar a los humildes, mintiendo a entrambos. El que se acostumbra a pronunciar palabras falsas, acaba por faltar a la propia sin repugnancia, perdiendo toda noción de lealtad consigo mismo. Los hipócritas ignoran que la verdad es la condición fundamental de la virtud. Olvidan la sentencia multisecular de Apolonio: "De siervos es mentir,