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José Ingenieros

Los grandes cerebros ascienden por la senda exclusiva del mérito; o por ninguna. Saben que en las mediocracias se suelen seguir otros caminos; por eso no se sienten nunca vencidos, ni sufren de un contraste más de lo que gozan de un éxito: ambos son obra de los demás. La gloria depende de ellos mismos. El éxito les parece un simple reconocimiento de su derecho, un impuesto de admiración que se les paga en vida. Taine conoció en su juventud el goce del maestro que ve concurrir a sus lecciones un tropel de alumnos; Mozart ha narrado las delicias del compositor cuyas melodías vuelven a los labios del transeunte que silba para darse valor al atravesar de noche una encrucijada solitaria; Musset confiesa que fué una de sus grandes voluptuosidades oir sus versos recitados por mujeres bellas; Castelar comentó la emoción del orador que escucha el aplauso frenético tributado por miles de hombres. El fenómeno es común, sin ser nuevo. Julio César, al historiar sus campañas, trasunta la ebriedad salvaje del que conquista pueblos y aniquila hordas; los biógrafos de Beethoven narran su impresión profunda cuando se volvió a contemplar las ovaciones que su sordera le impedía oir, al estrenar la novena sinfonía; Stendhal ha dicho, con su ática gracia original, las fruiciones del amador afortunado que ve sucesivamente a sus pies, temblorosas de fiebre y ansiedad, a cien mujeres.

El éxito es benéfico si es merecido; exalta la personalidad, la estimula. Tiene otra virtud mayor: destierra la envidia, ponzoña incurable en los espíritus mediocres. Triunfar a tiempo, merecidamente, es el más favorable rocío para cualquier germen de superioridad moral. El triunfo es un bálsamo de los sentimientos, una lima eficaz contra las asperezas del carácter. El éxito es el mejor lubrificante del corazón; el fracaso es su más urticante corrosivo.

La popularidad o la fama suelen dar transitoriamente la ilusión de la gloria. Son sus formas espurias y subalternas, extensas pero no profundas, esplendorosas pero fugaces.

Son más que el simple éxito, accesible al común de los mortales; pero son menos que la gloria, exclusivamente reservada a los hombres superiores. Son oropel, piedra falsa, E