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José Ingenieros

IV . EL SENDERO DE LA GLORIA

El hombre mediocre que se aventura en la liza social tiene apetitos urgentes: el éxito. No sospecha que existe otra cusa, la gloria, ambicionada solamente por los caracteres superiores. Aquél es un triunfo efímero, al contado; ésta es definitiva, inmarcesible en los siglos. El uno se mendiga; la otra se conquista.

Es despreciable todo cortesano de la mediocracia en que vive; triunfa humillándose, reptando, a hurtadillas, en la sombra, disfrazado, apuntalándose en la complicidad de innumerables similares. El hombre de mérito se adelanta a su tiempo, la pupila puesta en un ideal; se impone dominando, iluminando, fustigando, en plena luz, a cara descubierta, sin humillarse, ajeno a todos los embozamientos del servilismo y de la intriga.

La popularidad tiene peligro. Cuando la multitud clava sus ojos por vez primera en un hombre y le aplaude, la lucha empieza: desgraciado quien se olvida a sí mismo para pensar solamente en los demás. Hay que poner más lejos la intención y la esperanza. resistiendo las tentaciones del aplauso inmediato; la gloria es más difícil, pero más digna.

La vanidad empuja al hombre vulgar a perseguir un empleo espectable en la administración del Estado, indignamente si es necesario; sabe que su sombra lo necesita. El hombre excelente se reconoce porque es capaz de renunciar a toda prebenda que tenga por precio una partícula de su dignidad. El genio se mueve en su órbita propia, sin esperar sanciones ficticias de orden político, académico o mundano; se revela por la perennidad de su irradiación, como si fuera su vida un perpetuo amanecer.

El que flota en la atmósfera como una nube, sostenido por el viento de la complicidad ajena, puede abocadar por que otros deberían recibir por sus aptitudes; pero quien obtiene favores sin tener méritos, debe temblar: fracasará después, cien veces, en cada cambio de la adulación