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El hombre mediocre

serían tan respetables como los demás objetos que nos rodean. No hay culpa en nacer sin dotes excepcionales; no podría exigírseles que treparan las cuestas riscosas por donde ascienden los ingenios preclaros. Merecerían la indulgencia de los espíritus privilegiados, que no la rehusan a los imbéciles inofensivos. Estos últimos, con ser más indigentes, pueden justificarse ante un optimismo risueño: zurdos en todo, rompen el tedio y hacen parecer la vida menos larga, divirtiendo a los ingeniosos y ayudándolos a andar el camino. Son buenos compañeros y desopilan el bazo durante la marcha; habría que agradecerles los servicios que prestan sin sospecharlo. Los mediocres, lo mismo que los imbéciles, serían acreedores a esa amable tolerancia mientras se mantuvieran a la capa; cuando renuncian a imponer sus rutinas son sencillos ejemplares del rebaño humano, siempre dispuestos a ofrecer su lana a los pastores.

Desgraciadamente, suelen olvidar su inferior jerarquía y pretenden tocar la zampoña, con la irrisoria pretensión de que otros marquen el paso a compás de sus desafinamientos. Tórnanse entonces peligrosos y nocivos. Detestan a los que no pueden igualar como si con sólo existir los ofendieran. Sin alas para elevarse hasta ellos, deciden rebajarlos; la exigüidad del propio valimiento les induce a roer el mérito ajeno. Clavan sus dientes en toda reputación que les humilla sin sospechar que nunca es más vil la conducta humana; basta ese rasgo para distinguir al doméstico del digno, al ignorante del sabio, al hipócrita del virtuoso, al villano del gentilhombre. Los lacayos pueden hozar en la fama; los hombres excelentes no saben envenenar la vida ajena.

Ninguna escena alegórica posee más honda elocuencia que el cuadro famoso de Sandro Botticelli. "La calumnia" invita a meditar con doloroso recogimiento; en toda la Galería de los Oficios parecen resonar. las palabras que el artista no lo dudemos—quiso poner en labios de la Verdad, para consuelo de la víctima: en su encono está la medida de tu mérito...

La Inocencia yace, en el centro del cuadro, acoquinada