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José Ingenieros

santiguándose cuando ésta les atribula con heréticas tentaciones. Reniegan de la verdad y de la virtud si ellas demuestran el error de sus prejuicios; muestran grave inquietud cuando alguien se atreye a perturbarlos. Astrónomos hubo que se negaron a mirar el cielo a través del telescopio, temiendo ver desbaratados sus errores más firmes.

En toda nueva idea presienten un peligro; si les dijeran que sus prejuicios son ideas nuevas, llegarían a creerlos peligrosos. Esa ilusión les hace decir paparruchas con la solemne prudencia de augures que temen desorbitar el mundo con sus profecías. Prefieren el silencio y la inercia; no pensar es su única manera de no equivocarse. Sus cerebros son casas de hospedaje, pero sin dueño; los demás piensan por ellos, que agradecen en lo íntimo ese favor.

( En todo lo que no hay prejuicios definitivamente consolidados, los rutinarios carecen de opinión. Sus ojos no saben distinguir la luz de la sombra, como los palurdos no distinguen el oro del dublé; confunden la tolerancia con la cobardía, la discreción con el servilismo, la complacencia con la indignidad, la simulación con el mérito. Llaman sensatos a los que suscriben mansamente los errores consagrados y conciliadores a los que renuncian a tener creencias propias; la originalidad en el pensar les produce escalofríos.

Comulgan en todos los altares. apelmazando creencias incompatibles y llamando eclecticismo a sus chafarrinadas; reen por eso descubrir una agudeza particular en el arte de no comprometerse con juicios decisivos. No sospechan que la duda del hombre superior fué siempre de otra especie, antes ya de que lo explicara Descartes: es afán de rectificar les propios errores hasta aprender que toda creencia es falible y que los ideales admiten perfeccionamientos indefinidos. Los rutinarios, en cambio, no se corrigen ni se desconvencen nunca; sus prejuicios son como los clavos:

cuanto más se golpean más se adentran. Se tedian con los escritores que dejan rastro donde ponen la mano, denunciando una personalidad en cada frase, máxime si intentan subordinar el estilo a las ideas; prefieren las desteñidas elucubraciones de los autores apampanados, exentas de las