is Cáp. II . LA MEDIOCRIDAD INTELECTUAL
LE hombre rutinario.—II . Los estigmas de la mediocridad intelectual.—III . La maledicencia: una alegoría de Botticelli. IV . El sendero de la gloria.
I.—EL HOMBRE RUTINARIO
La Rutina es un esqueleto fósil cuyas piezas resisten a la carcoma de los siglos. No es hija la experiencia; es su caricatura. La una es fecunda y engendra verdades; estéril la otra y las mata.
En su órbita giran los espíritus mediocres. Evitan salir de ella y cruzar espacios nuevos; repiten que es preferible lo malo conocido a lo bueno por conocer. Ocupados en disfrutar lo existente, cobran horror a toda innovación que turbe su tranquilidad y les procure desasosiegos. Las ciencias, el heroísmo, las originalidades, los inventos, la virtud misma parécenles instrumentos del mal, en cuanto desarticulan los resortes de sus errores: como en los salvajes, en los niños y en las clases incultas.
Acostumbrados a copiar escrupulosamente los prejuicios del medio en que viven, aceptan sin contralor las ideas destiladas en el laboratorio social: como esos enfermos de estómago inservible que se alimentan con substancias ya digeridas en los frascos de las farmacias. Su impotencia para asimilar ideas nuevas los constriñe a frecuentar las antiguas.
La Rutina, síntesis de todos los renunciamientos, es el hábito de renunciar a pensar. En los rutinarios todo es menor esfuerzo; la acidia aherrumbra su inteligencia. Cada hábito es un riesgo, porque la familiaridad aviene a las