Página:El hombre mediocre. Sexta edición (1926).pdf/63

Esta página no ha sido corregida
59
El hombre mediocre

Ningún idealismo es respetado. Si un filósofo estudia la verdad, tiene que luchar contra los dogmatistas momificados; si un santo persigue la virtud, se astilla contra los prejuicios morales del hombre acomodaticio; si el artista sueña nuevas formas, ritmos o armonías, ciérranle el paso las reglamentaciones oficiales de la belleza; si el enamorado quiere amar escuchando su corazón, se estreIla contra las hipocresías del convencionalismo; si un juvenil impulso de energía lleva a inventar, a crear, a regenerar, la vejez conservadora atájale el paso; si alguien, con gesto decisivo, enseña la dignidad, la turba de los serviles le ladra; al que toma el camino de las cumbres, los envidiosos le carcomen la reputación con saña malévola; si el destino llama a un genio, a un santo o a un héroe para reconstruir una raza o un pueblo, las mediocracias tácitamente regimentadas le resisten para encumbrar a sus propios arquetipos. Todo idealismo encuentra en esos climas su Tribunal del Santo Oficio.

VII . LA VULGARIDAD

La vulgaridad es el aguafuerte de la mediocridad. En la ostentación de lo mediocre reside la psicología de lo vulgar; basta insistir en los rasgos suaves de la acuarela para tener el aguafuerte.

Diríase que es una reviviscencia de antiguos atavismos.

Los hombres se vulgarizan cuando reaparece en su carácter lo que fué mediocridad en las generaciones ancestrales:

los vulgares son mediocres de razas primitivas; habrían sido perfectamente adaptados en sociedades salvajes, pero carecen de la domesticación que los confundiría con sus contemporáneos. Si conserva una dócil aclimatación en su rebaño, el mediocre puede ser rutinario, honesto y manso, sin ser decididamente vulgar. La vulgaridad es una acentuación de los estigmas comunes a todo ser gregario; sólo florece cuando las sociedades se desequilibran en desfavor del idealismo. Es el renunciamiento al pudor de lo innoble. Ningún ajetreo original la conmueve. Desdeña el verbo altivo y los romanticismos comprometedores. Su mue-