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El hombre mediocre

derle esa relativa belloza de las cosas perfectamente adapadas a su objeto. Es el fondo de perspectiva en el paisa je social. De su exigüidad estética depende todo el relieve adquirido por las figuras que ocupan el primer plano. Los ideales de los hombres superiores permanecerían en estado de quimeras si no fuesen recogidos y realizados por filisteos, desprovistos de iniciativas personales, que viven esperando con encantadora ausencia de ideas propias los impulsos y las sugestiones de los cerebros luminosos.

Es verdad que el rutinario no cede fácilmente a las instigaciones de los originales; pero su misma inercia es garantía de que sólo recoge las ideas de probada conveniencia para el bienestar social. Su gran culpa consiste en que se le encuentra sin necesidad de buscarlo; su número es inmenso.

A pesar de todo, es necesario; constituye el público de esta comedia humana en que los hombres superiores avanzan hasta las candilejas, buscando su aplauso y su sanción.

Nordau llega hasta decir con fina ironía: "Cada vez que algunos hombres de genio se encuentren reunidos en torno de una mesa de cervecería, su primer brindis, en virtud del derecho y de la moral, debiera ser para el filisteo".

Es tan exagerado ese criterio irónico que proclama su conspicuidad, como el criterio estético que lo relega a la más baja esfera mental, confundiéndolo con el hombre inferior. Individualmente considerado, a través del lente moral y estético, es una entidad negativa; pero tomados los mediocres en su conjunto, puede reconocérseles funciones de lastre, indispensables para el equilibrio de la sociedad.

Merecen esa justicia. ¿La continuidad de la vida social sería posible sin esa compacta masa de hombres puramente imitativos, capaces de conservar los hábitos rutinarios que la sociedad les trasfunde mediante la educación? El mediocre no inventa nada, no crea, no empuja, no rompe, no engendra; pero, en cambio, custodia celosamente el armazón de automatismos, prejuicios y dogmas acumulados durante siglos, defendiendo ese capital común contra la asechanza de las inadaptables. Su rencor a los creadores compensase por su resistencia a los destructores. Los hombres sin ideales desempeñan en la historia humana el mismo papel que la