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El hombre mediocre

Ante la moral social, sin embargo, los mediocres encuentran una justificación, como todo lo que existe por necesidad. El eterno contraste de las fuerzas que pujan en las sociedades humanas, se traduce por la lucha entre dos.grandes actitudes que agitan la mentalidad colectiva: el espíritu conservador o rutinario y el espíritu original o de rebeldía.

Bellas páginas le consagró Dorado. Cree imposible dividir la humanidad en dos categorías de hombres, los unos rebeldes en todo y los otros en todo rutinarios; si así fuera, no sabría decirse cuáles interpretan mejor la vida. No es factible un vivir inmóvil de gentes todas conservadoras, ni lo es un instable ajetreo de rebeldes e insumisos, para quienes nada existente sea bueno y ningún sendero digno de seguirse. Es verosímil que ambas fuerzas sean igualmente imprescindibles. Obligados a elegir, ¿daríamos preferencia a una actitud conservadora? La originalidad necesita un contrapeso robusto que prevenga sus excesos; habría ligereza en fustigar a los hombres metódicos y de paso tardío, si ellos constituyeran los tejidos sociales más resistentes, soporte de los otros. Lo mismo que en los organismos, los distintos elementos sociales se sirven mutuamente de sostén; en vez de mirarse como enemigos debieran considerarse cooperadores de una obra única, pero complicada. Si en el mundo no hubiera más que rebeldes, no podría marchar; tornárase imposible la rebeldía si faltara contra quien rebelarse. Y, sin los innovadores, ¿quién empujaría el carro de la vida sobre el que van aquéllos tan satisfechos? En vez de combatirse, ambas partes debieran entender que ninguna tendría motivo de existir como la otra no existiese. El conservador sagaz puede bendecir al revolucionario, tanto como éste a él. He aquí una nueva base para la tolerancia: cada hombre necesita de su enemigo.

Si tuvieran igual razón de ser los imitadores y los originales, como arguye el pensador español, su justificación estaría hecha. Ser mediocre no es una culpa; siéndolo su conducta es legítima. Aciertan los que sacan a su vida el mayor jugo y procuran pasar lo mejor posible sus cortos días sobre la tierra, sin consagrar una hora a su propio perfeccionamiento moral, sin preocuparse de sus prójimos