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José Ingenieros

Esta se sobrepone a los atributos hereditarios del "alma de la especie" y a las adquisiciones imitativas del "alma de la sociedad", constituyendo las aristas singulares del "alma individual", que le distinguen dentro de la sociedad. Es precursor de nuevas formas de perfección, piensa mejor que el medio en que vive y puede sobreponer ideales suyos a las rutinas de los demás.

V. —EL ESPÍRITU CONSERVADOR

Todo lo que existe es necesario. Cada hombre posee un valor de contraste, si no lo tiene de afirmación; es un detalle necesario en la infinita evolución del proto—hombre al super—hombre. Sin la sombra ignoraríamos el valor de la luz. La infamia nos induce a respetar la virtud; la miel no sería dulce si el acíbar no enseñara a paladear la amargura; admiramos el vuelo del águila porque conocemos el arrastramiento de la oruga; encanta más el gorjeo del ruiseñor cuando se ha escuchado el silbido de la serpiente.

El mediocre representa un progreso, comparado con el imbécil, aunque ocupa su rango si le comparamos con el genio; sus idiosincrasias sociales son relativas al medio y al momento en que actúa. De otra manera, si fuera intrínsecamente inútil, no existiría: la selección natural habríale exterminado. Es necesario para la sociedad, como las palabras lo son para el estilo. Pero no bastaría, para crearlo, alinear todos los vocablos que yacen en el diccionario; el estilo comienza donde aparece la originalidad individual.

Todos los hombres de personalidad firme y de mente creadora, sea cual fuere su escuela filosófica o su credo literario, son hostiles a la mediocridad. Toda creación es un esfuerzo original; la historia conserva el nombre de pocos iniciadores y olvida a innúmeros secuaces que los imitan. Los visionarios de verdades nuevas, los apóstoles de moral, los innovadores de belleza, desde Renán y Hugo hasta Guyau y Flaubert, la miran como un obstáculo con que el pasado obstruye el advenimiento de su labor renovadora.