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José Ingenieros

perpetua disciplina del pensar y de la conducta; su existencia es negativa como unidades sociales.

El hombre de firme carácter es capaz de mostrar en crespamientos sublimes, como el océano: en los temperamentos domesticados todo parece quieta superficie, como en las ciénagas. La falta de personalidad hace, a éstos, incapaces de iniciativa y de resistencia. Desfilan inadvertidos, sin aprender ni enseñar, diluyendo en tedios su insipidez, vegetando en la sociedad que ignora su existencia; ceros a la izquierda que nada califican y para nada cuentan. Su falta de robustez moral háceles ceder a la más leve presión, sufrir todas las influencias, altas y bajas, grandes y pequeñas, transitoriamente arrastrados a la altura por el más leve céfiro o revolcados por la ola menuda de un arroyuelo. Barcos de amplio velamen, pero sin timón, no saben adivinar su propia ruta: ignoran si irán a varar en una playa arenosa o a quebrarse estrellados contra un escollo.

Están en todas partes, aunque en vano buscaríamos uno solo que se reconociera; si lo halláramos sería un original, por el simple hecho de enrolarse en la mediocridad. ¿Quién no se atribuye alguna virtud, cierto talento o un firme carácter? Muchos cerebros torpes se envanecen de su testarudez, confundiendo la parálisis con la firmeza, que es don de pocos elegidos; los bribones se jactan de su bigardía y desvergüenza, equivocándolas con el ingenio; los serviles y los parapoco pavonéanse de honestos, como si la incapacidad del mal pudiera en caso alguno confundirse con la virtud.

Si hubiera de tenerse en cuenta la buena opinión que todos los hombres tienen de sí mismos, sería imposible discurrir de los que se caracterizan por la ausencia de personalidad. Todos creen tener una; y muy suya. Ninguno advierte que la sociedad le ha sometido a esa operación aritmética que consiste en reducir muchas cantidades a un denominador común: la mediocridad.

Estudiemos, pues, a los enemigos de toda perfección, ciegos a los astros. Existe una vastísima bibliografía acerca de los inferiores e insuficientes, desde el criminal y el delirante hasta el retardado y el idiota; hay, también,