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José Ingenieros

cohibirlo; lo demás está subordinado a fuerzas extrañas.

Colocar el Ideal en lo que depende de nosotros y ser indiferentes a lo demás: he ahí una fórmula para el idealismo experimental.

34 Es desdeñable todo lo que suele desear o temer el egoísta. Si las resistencias en el camino de la perfección dependen de otros conviene hacer de ellas caso omiso, como si no existiesen, y redoblar el esfuerzo enaltecedor. Ningún contratiempo material desvía al idealista. Si deseara influir de inmediato sobre cosas que de él no dependen, encontraría obstáculos en todas partes; contra esa hostilidad de su ambiente sólo puede rebelarse con la imaginación, mirando cada vez más hacia su interior. El que sirve a un ideal, vive de él; nadie le forzará a soñar lo que no quiere ni le impedirá ascender hacia su sueño.

Esta moral no es una contemplación pasiva: renuncia solamente a participar del mal. Su asentimiento a lo inevitable no es apatía ni inercia. Apartarse no es morir; es, simplemente, esperar la posible hora de hacer, apresurándola con la predicación o con el ejemplo. Si la hora llega, puede ser afirmación sublime, como lo fué en Marco Aurelio, nunca igualado en regir destinos de pueblos: sólo él pudo inspirar las páginas más hondas de Renán y las más líricas de Paul de Saint Victor. Delicado y penetrante, su estoicismo fué más propicio para templar caracteres que para consolar corazones. Con él alcanzó el pensamiento antiguo su más tranquila nobleza. Entre perversos e ingratos que le circuían, enseñó a dar sus racimos, como la viña, sin reclamar precio alguno, preparándose para cargar otros en la vendimia futura. Los idealistas estoicos son hombres de su estirpe: diríase que ignoran el bien que hacen a sus propios enemigos. Cuando arrecia el encanallamiento de los domesticados, cuando más sofocante tórnase el clima de las mediocracias, ellos crean un nuevo ambiente moral, sembrando ideales: una nueva generación, aprendiendo a amarlos, se ennoblece. Frente a las