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El hombre mediocre

ML HOMBRE MEDIOCRE

33 otros. ¿Estaría la felicidad en perseguir un interés bien ponderado? Un egoísmo prudente y cualitativo, que elija y calcule, reemplazaría a los apetitos ciegos. En vez del placer basto tendríase el deleite refinado, que prevé, coordina, prepara, goza antes e infinitamente más, pues la inteligencia gusta de centuplicar los goces futuros con sabias alquimias de preparación. Los epicúreos se apartan ya del cirenaísmo. Aristipo refugiaba la dicha en los burdos goces materiales; Epicuro la encumbra en la mente, la idealiza por la imaginación. Para aquél, valen todos los placeres y se buscan de cualquier manera, desatados sin freno; para éste, deben ser elegidos y dignificados por un sello de armonía. La originaria moral de Epicuro es toda refinamiento: su creador vivió una vida honorable y pura. Su ley fué buscar la dicha y huir el dolor, prefiriendo las cosas que dejan un saldo a favor de la primera. Esa aritmética de las emociones no es incompatible con la dignidad, el ingenio y la virtud, que son perfecciones ideales; permite cultivarlas, si en ellas puede encontrarse una fuente de placer.

Es en otra moral helénica, sin embargo, donde encuentra sus moldes perfectos el idealismo experimental. Zenón dió a la humanidad una suprema doctrina de virtud heroica. La dignidad se identifica con el ideal: no conoce la historia más bellos ejemplos de conducta. Séneca, digno en la corte del propio Nerón, además de predicar con arte exquisito su doctrina, la aplicó con bello coraje er la hora extrema. Solamente Sócrates murió mejor que él, y ambos más dignamente que Jesús. Son las tres grandes muertes de la historia.

La dignidad estoica tuvo su apóstol en Epicteto. Una convincente elocuencia de sofista caldeaba su palabra de liberto. Vivió como el más humilde, satisfecho con lo que tenía, durmiendo en casa sin puertas, entregado a meditar y educar, hasta el decreto que proscribió de Roma a los filósofos. Enseño a distinguir, en teda cosa, lo que depende y lo que no depende de nosotros. Lo primero nadie puede