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José Ingenieros

individualismo, como actitud, es una revuelta contra los dogmas y los valores falsos respetados en las mediocracias; revela energías anhelosas de esparcirse, contenidas por mil obstáculos opuestos por el espíritu gregario. El temperamento individualista llega a negar el principio de autoridad, se sustrae a los prejuicios, desacata cualquiera imposición, desdeña las jerarquías independientes del mérito.

Los partidos, sectas y facciones le son indiferentes por igual, mientras no descubre en ellas ideales consonantes con los suyos propios. Cree más en las virtudes firmes de los hombres que en la mentira escrita de los principios teóricos; mientras no se reflejan en las costumbres, las mejores leyes de papel no modifican la tontería de quienes las admiran ni el sufrimiento de quienes las aguantan.

32 La ética del idealista estoico difiere radicalmente de esos individualismos sórdidos que reclutan las simpatías de los egoístas. Dos morales esencialmente distintas pueden nacer de la estimación de sí mismo. El digno elige la elevada, la de Zenón o la de Epicuro; el mediocre opta siempre por la inferior y se encuentra con Aristipo. Aquél se refugia en sí para acrisolarse; éste se ausenta de los demás para zambullirse en la sombra. El individualismo es noble si un ideal lo alienta y lo eleva; sin ideal, es una caída a más bajo nivel que la mediocridad misma.

En la Cirenaica griega, cuatro siglos antes del evo cristiano, Aristipo anunció que la única regla de la vida era el placer máximo, buscado por todos los medios, como si la naturaleza dictara al hombre el hartazgo de los sentidos y la ausencia de ideal. La sensualidad, erigida en sistema, llavaba al placer tumultuoso, sin seleccionarlo. Llegaron los cirenaicos a despreciar la vida misma; sus últimos pregoneros encomiaron el suicidio. Tal ética, practicada instintivamente por los escépticos y los depravados de todos los tiempos, no fué lealmente erigida en sistema después de entonces. El placer como simple sensualidad cuantitativa es absurdo e imprevisor; no puede sustentar una moral. Sería erigir a los sentidos en jueces. Deben ser