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José Ingenieros

V. EL IDEALISMO ESTOICO

Las rebeldías románticas son einbotadas por la experiencia: ella enfrena muchas impetuosidades falaces y da a los ideales más sólida firmeza. Las lecciones de la realidad no matan al idealista: lo educan. Su afán de perfección tórnase más centrípeto y digno, busca los caminos propicios, aprende a salvar las asechanzas que la mediocridad le tiende. Cuando la fuerza de las cosas se sobrepone a su personal inquietud y los dogmatismos sociales cohiben sus esfuerzos por enderezarlos, su idealismo tórnase experimental. No puede doblar la realidad a sus ideales, pero los defiende de ella, procurando salvarlos de toda mengua o envilecimiento. Lo que antes se proyectaba hacia fuera, polarizase en el propio esfuerzo, se interioriza. "Una gran vida, escribió Vigny, es un ideal de la juventud realizado en la edad madura". Es inherente a la primera la ilusión de imponer sus ensueños, rompiendo las, barreras que les opone la realidad; cuando la experiencia advierte que la mole no cae, el idealista atrinchérase en virtudes intrínsecas, custodiando sus ideales, realizándolos en alguna medida, sin que la solidaridad pueda conducirle nunca a torpes complicidades. El idealismo sentimental y romántico se transforma en idealismo experimental y estoico; la experiencia regula la imaginación, haciéndolo ponderado y reflexivo. La serena armonía clásica reemplaza a la pujanza impetuosa: el Idealismo dionisíaco se convierte en Idelismo apolíneo.

Es natural que así sea. Los romanticismos no resisten a la experiencia crítica: si duran hasta pasados los límites de la juventud, su ardor no equivale a su eficiencia. Fué error de Cervantes la avanzada edad en que Don Quijote emprende la persecución de su quimera... Es más lógico Don Juan, casándose a la misma altura en que Cristo muere; los personajes que Mürger creó en la vida bohemia, detiénense en ese limbo de la madurez. No puede ser de otra manera. La acumulación de los contrastes acaba por coordinar la imaginación, orientándola sin rebajarla.