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Narciso fuera de sí, casi decidido á saltar de la cama, víctima del pánico.

Se colgó del cordón de la campanilla; pedía socorro. «¡Envenenado! ¡Estoy envenenado!» decía lleno de terror á los parientes y criados que rodearon el lecho.....

—¡Lo que me habrá dado ese loco! ¡Dios mío! ¡qué números, qué serie de la lotería me habré tragado yo!

—¿Pero estás loco?.....—le preguntaban.

—No, yo no; el médico..... Pronto, á escape, un contraveneno..... un vomitivo.....

—Irán á la botica.....

—No, no, es tarde; corre prisa..... Aceite, ¡todo el aceite que haya en casa!..... ¡Venga aceite!

Bebió no sé qué cantidad fabulosa de aceite. Por aquella boca salió á poco..... lo que no puede decirse. Debió de haberse quedado hueco. Le venció la debilidad y se quedó entre aletargado y dormido.

Se llamó á D. Eleuterio. Cuando despertó don Narciso lo tenía inclinado sobre su cabeza, observándole.

—Pero ¿qué hace aquí ese hombre?

Don Eleuterio creyó que deliraba. En fin, después de muchos despropósitos, hubo explicaciones. Don Narciso sintió que se sentía muy bien.

—¡La medicina!—dijo D. Eleuterio.

—Nó, el aceite.

El médico se echó á reir, y dijo:

—Puede.