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Se trataba de varios artículos recientes de filósofos extranjeros, acerca de legitimidad racional de la plegaria. Salieron á relucir las novísimas teorías referentes á la creencia; se comentó la filosofía de Renouvier; se habló de otros defensores de la tesis de la contingencia, del autor de Las tres dialécticas, Gourd; y llegando Leal á decir algo suyo, de experiencia personal, se explicó de esta manera:

—Yo perdono á los espíritus geométricos su intransigencia esquinada, su inflexibilidad, su cristalización fatal, congénita, y no me irrito cuando me dicen que me contradigo, y me llaman místico, soñador, dilettante, etc., etc. No pueden ellos comprender esta plasticidad del misterio; la seguridad con que se apoya, si no los pies, las alas del espíritu, en la bruma de lo presentido, de la intuición inspirada. No comprenderán, imposible, por ejemplo, á Carlyle cuando nos habla de la adoración legítima del mito mientras es sincera; no comprenderán, imposible, á Marillior cuando distingue el mito racional de la última razón metafísica de la religión. Y, sin embargo, es una pretensión rídicula querer elevarnos por encima de los límites de nuestra pobre individualidad, y hacernos superiores á las influencias de raza, clima, civilización, nacionalidad, tiempo, etc., etc., sin más fundamento que la idea de que el conocimiento realmente científico necesita, para ser, prescindir de todas las influencias históricas. ¿Quién se atreve á personificar en sí el sujeto puro de la ciencia pura? Pero otra cosa es la legitimidad de la creencia racional, no incom-