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rio. Esto en la parte positiva; en la negativa, que era su fuerte, aquello fué las Navas de Tolosa, ó la batalla de Lepanto. ¡Pobre Kant ¡Pobre Voltaire! (¡todavía!) pobre Hegel, pobre Jovellanos, pobre Sanz del Río, pobre Pí y Margall ¡y pobre humanidad libre-pensadora ó por lo menos liberal, ó amiga de la desamortización por lo mínimo! Con todos aquellos cientos de pensadores, estadistas, literatos, etc., etc. Facundo se portó como un Vargas Machuca. El Cristo, el Crucifijo de encina, chorreaba sangre y tenía incrustaciones de hueso, de esquirlas, adornadas con piel humeante de liberal y heterodoxo.

De los contrincantes, sospechosos de filosofía alemana siquiera, no hay que hablar. Un portero tuvo que barrer sus restos. El salón de actos quedó hecho un spoliarium. Había dos jueces de la cáscara amarga, y como eran minoría... se quedaron sin cáscara; Facundo les hundió el Cristo en el cráneo ochenta veces. Era el diablo. Por lo menos, disponía del infierno como si él mandase allí.


IV


Pasó mucho tiempo. Tanto, que el día en que volvemos á ver á nuestro héroe es... el día del Juicio por la tarde.

Cocañín se presenta en el valle de Josafat, triun-