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viniere, más puede en mí el ansia de saber qué mundo es éste y qué monstruos nos asustan, que el amor al pellejo...

Nadie quiso ser menos valiente; y todos, á pie quieto, esperaron el terrible peligro desconocido que se acercaba.

La luz, cerca del suelo, avanzaba, avanzaba... De repente, un silbido estridente hizo temblar el aire; cien ecos de los montes repitieron como un coro de quejidos prolongados el melancólico estrépito... Aunque la obscuridad era tanta, pudieron nuestros heroes distinguir entre la nieve una masa negra que con marcha lenta y uniforme á ellos se acercaba.

Nadie se echó á tierra, nadie tembló, nadie cerró los ojos. Como inmenso gusano de luz, el monstruo tenía bajo la panza bastante claridad para que por ella se pudiera distinguir la extraña figura. Era un terrible unicornio, que por el cuerpo negro arrojaba chispas y una columna de humo. Montado sobre el lomo de hierro llevaba un diablo, cuya cara negra pudieron vislumbrar á la luz de un farolillo con que el tal demonio parecía estar mirándole las pulgas á su cabalgadura infernal...

Pasó la visión espantosa rozando casi con los asombrados inmortales, que, para no ser atropellados, tuvieron que retroceder un paso...

Quevedo, decidido á ser quien era, y Jovellanos con ansia infinita de saber algo nuevo é inaudito, miraron con atención firme, cara á cara, el endriago que se les echaba encima, y los dos á un tiempo, en alta voz, sin darse cuenta de lo que hacían, exclamaron: