Círculo Mercantil y una junta de abogados se empeñaban en empapelar á un ministro y á muchos próceres, al parecer poco delicados en materia de consumos y de ferrocarriles.
El Ministerio, amenazado con tanto ruído, se agarraba al poder como una lapa, y en las oficinas de Madrid había una terrible justicia de Enero (del mes que iba corriendo) más ó menos aparente.
Los subsecretarios, los directores, los jefes de negociado, estaban hechos unos Catones, más ó menos serondos; no se hablaba más que de revisiones de cuentas de expedientes, en fin, se quería que la moralidad de los funcionarios brillara como una patena. Hacía mucho miedo.
—Siempre pagaremos justos por pecadores,—decían muchos pecadores que todavía pasaban por justos.
Y á todo esto, don Baltasar Miajas sin enterarse de nada. Oía campanas pero no sabía donde. El rum rum de las conversaciones referentes á los chanchullos legales llegaba á él, sin sacarle de sus habituales pensamientos; lo oía como quien oye llover. El cumplía con su cometido y andando.
Cuando llegó aquel día ante la mesa de su cargo, dispuesto á sacar el precio del juguete de debajo de las piedras, no soñaba con que había en el mundo inmoralidad, empleados venales, etc., etc. Lo que él necesitaba eran diez duros.
No sabía que estaba sobre un volcán, rodeado de espías. Los pillos del negociado, que los había, estaban convertidos en Argos de la honradez provi-