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lo ahí apartado; yo enviaré por el juguete... y entonces... traerán el dinero... el precio...

Y salió aturdido y dando tropezones.

—Ya no hay más remedio,—iba pensando. El juguete es mío; el contrato es contrato. Hay que buscar el dinero debajo de las piedras.—Pero en vez de ponerse á desempedrar la calle, se fué, como siempre, á la oficina.

Había grandes apuros por causa de arreglar asuntos que pedían del Ministerio despachados, y el director había dispuesto habilitar aquel día festivo.



Gran marejada político-moral-administrativa había por entonces en Madrid y en toda España; una de esas grandes irregularidades que de vez en cuando se descubren, había puesto una vez más sobre el tapete la cuestión de los cohechos, prevaricaciones y demás clásicas manos puercas de la administración pública.

Los periódicos de circulación venían echando chispas; se celebraban grandes reuniones públicas para protestar y escandalizarse en colectividad; el