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III


Don Baltasar se echó á la calle aturdido, como borracho por las emociones de amor, amargura, despecho y decisión violenta que le llenaban el alma; se le figuraba que llevaba si no en la mano, en el alma, en la intención una tea incendiaria que debía prender fuego á la moral pública que se debía al orden constituido, á los más altos principios; ¡qué sabía él! En fin, ello era que salía dispuesto á cumplir su promesa temeraria de encontrar al rey Baltasar y, no ya traerlo de Cochinchina, sino sacarlo del centro de la tierra y hacerlo presentarse ante su Marcelo con un juguete verdaderamente regio, que no valiese menos que el de sus señores hermanos.

Lo primero que hizo... fué lo que hace el gobierno, pensar en los gastos, no en los ingresos; escoger el juguete monumental (así lo llamaba para sus adentros), sin pensar en la mina ó en la lotería de dónde había de sacar el dinero necesario para pagarlo.

Se paró, en la calle de la Montera, ante un escaparate de juguetes de lujo. Entre tanta monada de subido precio no vaciló un momento: la elección quedó hecha desde el primer momento; nada de ar-