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mal, como á todos; pero cuando dije mi nombre, cambió de humor de repente. El amo le había anunciado mi visita, y la necesidad de tratarme con amabilidad excepcional, porque yo no era uno que llevaba libros, sino un amigo verdadero. En fin, mucho bueno le debió decir de mí el amo á la criada, porque ella me hizo entrar en el despacho, me obligó á esperar al señor media hora, que llenamos con amable, íntima conversación. El cariño de Antonia á su señor le hizo comprender que yo le quería también como ella, y que también me daba pena verle aislarse, huir de la actividad exterior, dejar que el mundo frívolo le olvidara, porque él no lo buscaba con reclamos.

Y así fué que la noche que X me recibió en su casa, ya sabía yo mucho de su estado de alma por el reflejo de Antonia.



No me hizo pasar X á su despacho, sino á una modesta habitación cuadrada, sin pintura ni libros, ni bibelots, ni más muebles que los necesarios. El único lujo allí consistía en murallas de telas y paño