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hora... Y no hay disgustos de aquellos que él se comía, pero que ella adivinaba. Calma, eso sí; mucha, demasiada; así como de mal agüero.

Y á pesar de esto, Antonia, así como por tesón, por orgullo de artista—que tiene ella por su amo,—cuando llega á la puerta algún raro admirador, lo recibe con ceño, disimulando la simpatía y el agradecimiento que le inspira la fidelidad de aquel hombre, á quien sin embargo trata con el mismo rigor de que antes usaba espontáneamente.

El ceño y los malos modos de Antonia quieren decir en el fondo: «Ya sabemos que se nos olvida. ¿Y qué? Poco nos importan las vanidades de la gloria; aquí no necesitamos á nadie... Gracias, de todos modos, por la atención; pero conste que ya no nos da frío ni calor nada de cuanto pueda llegar por esa puerta...»



¿Cómo pude yo averiguar todos estos pensares de Antonia? Hablando con ella, largo y tendido, una tarde en que fuí á ver á X, cuando él, positivamente, no estaba en casa. La criada me recibió