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vez menos. Si escribe, ella le ve la cara llena de angustia; si medita, lo mismo. Sólo cuando lee con afán algunos de aquellos libros caros, que él compra, es cuando le nota, á veces, sereno, de veras entretenido, á veces casi casi sonriente. ¿Qué dirán aquellos señores, que hasta al amo le gusta lo que dicen? Deben de ser gente lista, de buen trato, sí; pero esos... son justamente los que nunca le vienen á ver.



Más ¡oh contrasentidos misteriosos del corazón humano que ni siquiera Antonia se explica! La buena ama de llaves nota de algunos años acá, sin querer dar importancia al hecho, que las visitas importunas van escaseando; que cada día se olvidan más aquellos discípulos, antes pegajosos, del pobre maestro: y Antonia, á regañadientes, siente el desaire; ve en él no sabe qué síntoma de vejez, de abandono. También comprende, por muchas señales, que poco á poco el amo se va apartando más de aquella vida de impresiones que le traían los papeles y los amigos y sus salidas frecuentes y á des-