es el arraigo de la veneración sincera que siento y he sentido siempre respecto de los hombres ilustres á quienes debe algo mi espíritu.
Como á mis lugares sagrados, solía yo ir, al verme en Madrid, peregrino siempre triste, á casa de Campoamor... que ya no gusta de visitas; de Castelar (que hemos perdido), de Giner, de Valera, de Balart...
Y de este otro señor, el señor X, que no es nadie y es quien ustedes quieran. Otro maestro. Vivía en un barrio allá muy lejos, casi más cerca de Toledo ó de Guadalajara que de la puerta del Sol.
Quiero hablar de las últimas visitas que le hice.
Fué de noche. No me esperaba. Es soltero; vive con una doncella de su madre, que es hoy una anciana muy sorda y que debe considerar á los discípulos de su amo como enemigos que no quiere en su casa. Antonia, así la llama, es como Zarathustra, según Nietzsche, recelosa respecto de los que piensan entrar en el apostolado de su amo de ella; amo,