de la semi-borrachera pensaba él: «Esto ya me ha sucedido otra vez; yo he estado á los pies de esta muchacha en otra ocasión...»
Y al día siguiente, Arteaga, sin dejo amargo por la semi-orgía de la víspera, con la conciencia tranquila, como siempre, notó que deseaba con alguna viveza volver á ver á la chica de Pla, el del ferrocarril.
Varias veces la vió en la calle, Cecilia se inmutó, no cabía duda; sin vanidad de ningún género, Celso podía asegurarlo. Cierta mañana de primavera, paseando en los Negrillos, se tuvieron que tocar al pasar uno junto al otro; Cecilia se dejó sorprender mirando á Celso; se hablaron los ojos, hubo como una tentativa de sonrisa, que Arteaga saboreó con deliciosa complacencia.
Sí, pero aquel invierno Celso contrajo justas nupcias con una sobrina de un magistrado muy influyente, que le prometió plaza segura si Arteaga se presentaba á unas oposiciones á la judicatura. Pasaron tres años, y Celso, juez de primera instancia