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curo, muy tapadas, van á las novenas y huyen de bailes, teatros y paseos.

Pero no es eso lo peor, desde el punto de vista de los misioneros; lo peor es Antruejo. Por lo mismo que el invierno está entregado á los levitas, y es un desierto de diversiones públicas, se toma el Carnaval como un oasis, y allí se apaga la sed de goces con ansia de borrachera, apurando hasta las heces la tan desacreditada copa del placer, que, según los frailes, tiene miel en los bordes y veneno en el fondo. En lo que hace mal el clero apostólico es en hablar á las jóvenes polesas del hastio que producen la alegría mundana, los goces materiales; porque las pobres muchachas siempre se quedan á media miel. Cuando más se están divirtiendo llega la ceniza... y, adiós concupiscencia de bailes, máscaras, bromas y algazara. Viene la reacción del terror... triste, y todo se vuelve sermones, ayunos, vigilias, cuarenta horas, estaciones, rosarios...

En Rescoldo, Antruejo dura lo que debe durar, tres días: domingo, lunes y martes; el miércoles de Ceniza nada de máscaras... se acabó Carnaval, memento homo, arrepentimiento y tente tieso... ¡pobres niñas polesas! Pero ¡ay! amigo, llega la noche... el último relámpago de locura, la agonía del pecado que da el último mordisco á la manzana tentadora, ¡pero qué mordisco! Se trata del entierro de la sardina, un aliento póstumo del Antruejo; lo más picante del placer, por lo mismo que viene después del propósito de enmienda, después del desen-