dad! Se veía desde el otro mundo este pícaro que dejamos... Y se incorporó indignado, furioso, porque acababa de ver á su viuda, en persona, sin esperar á que pasara el año de luto, abrazando á otro hombre, sin duda al que escogía por tercer marido...
Y la pareja, unidos del brazo y haciendo extremos de alegría, se acercaba sonriente á D. Sinibaldo, para agradecerle la carrera que había dado por venir en socorro del Sr. Arenas, cuando el Delegado, incorporándose... como delirando, exclamó:
—¡Aparta, mujer pérfida! Has echado dos al hoyo, y todavía, sin recato, haces alarde de tus nuevos desvaneos, me presentas á tu tercer marido...
—Pero, ¿qué dice este hombre?—preguntó la dama.
El Sr. Arenas, lleno de caridad y prudencia, influído sin duda por el susto que acababa de pasar, pues había visto la muerte de cerca, dijo cortésmente:
—Sin duda la emoción que le ha causado nuestro peligro le ha transtornado por un momento... Yo no soy el tercer marido de mi mujer, Don Sinibaldo; míreme usted bien; soy Arenas, que se ha salvado de milagro...
—¿De modo... que... todos estamos vivos? Qué sea enhorabuena. Dispensen ustedes: ¡esta pícara fantasía!... ¡Qué barbaridad!... ¿Pues no creí... haberme muerto... de una pulmonía?...
Y reparando en sus indiscretas revelaciones, se puso muy colorado.
—¡Pero qué novelero es Ud!—le dijo la ex viuda,